
Podemos dirigirnos al descubrimiento de nuestro núcleo profundo, o Esencia, a través de un camino que está constituido por dos vertientes:
- La primera se relaciona al desarrollo de las cualidades esenciales de nuestra persona, un crecimiento de la capacidad de expresión de quienes somos y de como somos; del goce de manifestarnos, de crear, de ser en el mundo, de reconocernos como seres individuales y únicos. Todo esto tiene que ver con lo que cambia, se mueve y evoluciona en nosotros.
En términos más espirituales podríamos decir que es darle forma concreta a nuestra alma. Lo llamarmos el aspecto desarrollo y “maduración”. Esta maduración nos permite relacionarnos mejor con la vida ycon nuestras dificultades, estar más enteros para aprender a dar respuestas inteligentes y amorosas a los desafíos que nos propone nuestro crecimiento y superar el desequilibrio interior en que, a veces vivimos. Está en línea con llegar a ser.
Según Von Durkheim , en su libro Hara, “La maduración es el estado en el cual la reencontrada unidad del ser humano da sus frutos”. Así es: como las plantas cuando maduramos damos flores y frutos.
- Otro aspecto de nuestro camino ya no tiene que ver con el manifestarse, darnos y dar forma, sino con el abrirse al núcleo de nuestro Ser, abrirnos a algo que no cambia, algo que es estable y que sostiene todo lo que cambia, algo permanente que da vida a lo impermanente.
Este “algo” ha sido llamado con muchos nombres a lo largo de nuestra historia: Yo Superior, Sí Mismo, Esencia, Espíritu , Absoluto, Dios, Puro Ser, Conciencia. No importan los nombres, importa que en todos los tiempos y lugares hay seres humanos que llegan a conectar con este espacio inmutable y que se vuelven testigos de ello a lo largo de sus vidas, tratando de comunicar a quien “tenga oídos para oír” que en nuestro interior y como origen de nuestro cuerpo, mente y sentimientos hay algo eterno e infinito. O mejor dicho, algo que está más allá del tiempo y del espacio.
Este aspecto del Camino que se refiere al contacto consciente con el Ser, aquello que no necesita desarrollarse, podemos llamarlo: apertura al Ser.
Pienso que nuestro Viaje es un descubrir y transitar estas dos dimensione de nuestro ser, aquella que cambia y aquella que no cambia. Nuestra parte “humana” que crece y manifiesta sus talentos y la parte que podríamos llamar “divina”, inmutable y que es más fácil de encontrar, al principio, en el Silencio y la meditación.
Esta propuesta, con sus dos vertientes, es un camino abierto a la experimentación, a la indagación individual. En efecto, cada uno de nosotros está volviendo y volverá al “centro del propio mandala” de manera única y específica, pues para cada uno de nosotros, caminantes, son verdad las palabras de Antonio Machado: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
Y el camino se hace consciente cuando lo transitamos presentes, atentos, despiertos. Esta Presencia, en la vida cotidiana, es el fruto primero y último del trabajo y por lo tanto se encuentra como objetivo principal de todo el recorrido. Es el medio y el fin, pues como decía Tich Nhat Han: “el punto de llegada es el Presente”.