

Hemos descrito el trabajo interior como el encuentro con el núcleo profundo de nuestro Ser a través de dos caminos paralelos y simultáneos que se entrelazan permanentemente: aquel de la maduración interior o desarrollo y aquel de la apertura al Ser.
En relación al aspecto maduración o desarrollo: qué es lo que tenemos que o podemos desarrollar? Con qué venimos equipados ya desde el nacimiento?
Basándonos en nuestra experiencia de vida, observamos que los humanos nos movemos esencialmente en tres niveles distintos, cada uno de ellos expresión de nuestro potencial. Uno se relaciona con el pensar, intuir, razonar, imaginar. Es el nivel de la inteligencia Otro nivel es el afectivo: sentimos, amamos, gozamos , sufrimos. Y el tercer nivel es aquel del cual tomamos la fuerza para actuar, para movernos, para hacer: es el de la voluntad o energía, que se actualiza en el cuerpo y en su capacidad de acción.
Entonces esto es lo que tenemos que desarrollar: nuestra inteligencia, nuestra capacidad de amar y nuestra fuerza y capacidad de hacer. Y no sólo desarrollar cada uno de estos niveles independientemente, sino también en armonía entre ellos, con una cierta coherencia, relacionándose entre sí en un diálogo fecundo: que nuestro pensar no esté en conflicto frecuente con nuestro sentir, o con nuestro hacer, quitándonos energía y orientación.
Cuando destrabamos y armonizamos este potencial, estamos en condiciones favorables para encontrar nuestro Centro individual. Ello nos permite crear una red de relaciones sanas y creativas con los demás seres humanos, porque quien ha reencontrado su Centro y Potencia lo atestigua en su manera de vivir.
Una parte del trabajo se dirige a este desarrollo, a través de técnicas corporales como la lectura del cuerpo y el movimiento con la música, el arte, sesiones de counseling en el marco de la psicología humanista transpersonal y encuentros de grupo donde se elaboran distintos temas de nuestro devenir.
Mientras estamos en este camino de desarrollo y transformación concretos, aparece otra posibilidad: la de ir directamente hacia nuestra Fuente, pura Consciencia de Ser, hacia esta Consciencia de Ser o Presencia, que hemos descrito como la consciencia de lo inmutable, del Silencio en nosotros. Podemo crecer en el contacto con “ello” y cuando esto sucede, solemos sentir su universalidad.
Quién tenga una tendencia más mística lo llamará sagrado, otros lo llamarán el Vacío. Y el contacto con este Aquello, como lo llaman las escrituras védicas de la India, está asociado a lo espiritual.
Este contacto es facilitado por la práctica de la meditación y el Silencio; sus efectos se perciben concretamente: aumenta la conciencia de la Propia Presencia, la capacidad de vivir el Momento Presente en profundidad sin estar hipnotizados por el pasado o el futuro. Se establece en nosotros una solidez, un alegría sin motivo, una nueva paz y libertad. Estos son algunos de los dones de nuestra Presencia y apertura al Ser.
Estos dos aspectos del trabajo: el del desarrollo y el de la apertura al Ser , se entrelazan como objetivos en el camino de crecimiento propuesto.